domingo, 31 de enero de 2016

El Puente de los Espías (Bridge of Spies, Steven Spielberg, 2015)



Steven Spielberg es, quizás, el mejor director de cine americano de los últimos 40-45 años, en cuanto a que se ha demostrado como un maestro de la narrativa y técnica cinematográfica. Tiene ese "don", ese "punto" para tener a la audiencia agarrada a la butaca de pura emoción, de dejarla con la boca abierta por ese "sense of wonder" (capacidad de maravillar) que muy pocos cineastas tienen, y es un director al que conviene estudiar su dilatada carrera para ver y entender este Bridge of Spies.

Siempre se ha acusado a Spielberg, hasta 1993 con La Lista de Schindler (Schindler´s List) de enfocar su carrera siempre hacia el blockbuster inofensivo, y a veces de ser demasiado ñoño con sus películas, digamos, más serias, lo cual, si uno analiza su carrera, puede ver que no hay nada más lejos de la realidad. puesto que en todos sus títulos hay una base de amargura y tristeza (incluso en sus películas más ligeras) que de ñoño tiene poco, mientras que otras cintas suyas son, directamente, festivales del horror, aunque estén pasados por su filtro de gran espectáculo y "crowd pleaser".

Aún así, desde La Lista de Schindler, su carrera dio una especie de giro en cuanto a temática más adulta, pero siempre con una brillantez en lo formal que hacía ver que estábamos ante un cineasta prodigioso, capaz de realizar maravillas en cualquier género. Es verdad que no todas las cintas pueden ser perfectas, de 10 sobre 10, pero incluso en las menos conseguidas a nivel de guión, siempre tienen algo que merezca la pena a nivel formal. 

Esta temática adulta venía acompañada de un sentimiento pesimista hacia la sociedad, algo claramente influenciado por los atentados del 11-S (Minority Report -2002-, La Guerra de los Mundos y Múnich -amabas de 2005- son pruebas evidentes y directas de ello), como si el niño que lleva dentro (por mucha base amarga que tuvieran sus cintas, éstas eran todo un espectáculo de diversión) no entendiera el mundo del siglo XXI, esa ostia de realidad que supuso el 11-S y sus consecuencias por todo el mundo, y decidiera coger el toro por los cuernos para entenderlo, o al menos, dar su opinión sobre ello, con su habitual maestría tras las cáamaras. Además, Spielberg cuenta con la ventaja de que hace años que hace las películas que le apetecen, sin preocuparse de los resultados en taquilla ni de lo que opinarán los críticos. Si una historia le llama la atención, la rueda. Si no, a otra cosa, y esa libertad es algo que no se paga con dinero, porque permite poner todo el potencial que tiene como cineasta en cada proyecto.

Y así llegamos a 2015 y este El Puente de los Espías (Bridge of Spies), un thriller ambientado en la Guerra Fría, cuando un abogado idealista (por cuento creen en lo que hace, aunque vaya a contracorriente) se ve envuelto en un incidente internacional cuando se ve obligado a defender a un ciudadano acusado de ser un espía ruso en territorio estadounidense, y cuando su defensa va más allá de lo que el Gobierno Estadounidense, su bufete de abogados e incluso su propia familia quieren y desean, tiene que viajar a Berlín Oriental a negociar el intercambio de su espía ruso por un piloto norteamericano derribado sobre territorio soviético y, además, intentar que Alemania Oriental acceda a liberar a un estudiante de doctado estadounidense, que se quedó atrapado en el sector oriental de Berlín cuando se levantó el muro, y que las autoridades de la antigua RDA quieren utilizar como chantaje para obligar al Gobierno Estadounidense para que reconozca a la RDA como soberano a cambio del estudiante.

El personaje del abogado James B. Donovan, interpretado por Tom Hanks, se convierte en el eje principal de la historia, un personaje idealista por cuanto cree en su sistema judicial y cree que tiene que llegar hasta el final, aunque le suponga la incomprensión, cuando no la abierta hostilidad, no sólo de su familia, sino de su jefe y de su Gobierno. Este idealismo, que puedo parecer de una candidez asombrosa, es utilizada por Spielberg para poner de relieve todo el juego de medias verdades e inmoralidades y alegalidades en las que se ve envuelto Donovan por culpa de los Gobiernos implicados en la negociación, que van cada uno por sus objetivos, sin importarles las personas que hay detrás, cosa que es lo que preocupa a Donovan. 

Todo ello con una fina capa de humor, a veces rozando lo absurdo, que viene de los hermanos Coen, co-autores del guión, y que hace que resalten las cosas más triviales, pero a la vez necesarias, sobre aspectos que pudieran ser más importantes (por ejemplo, todo el tema del resfriado de Donovan y su abrigo, todo ello en Berlín).

Además, esa honestidad le granjea la amistad de su defendido, Rudolf Abel, interpretado magistralmente por Mark Ryalance, que hace una demostración de que con pocos gestos no se puede expresar más. Un personaje tímido, que consigue caer bien, pero que sabe de su destino, lo acepta y a la vez es lo suficientemente inteligente como para manipular a Donovan con una sola frase, que hace que Donovan convenz al juez de no condenar a muerte a Abel por si en un futuro es necesario rescatar a un espía estadounidense cogido por los soviéticos.

Spielberg además regala al espectador un final amargo, muy a contracorriente de los "happy endings", con el héroe regresando sólo, sin que nadie conozca su hazaña, y cuando lo hacen, Spielberg nos regala una secuencia que recuerda a la que vio en el tren en Berlín, y el gesto de Donovan lo dice todo, comparando la situación en Europa con la falsa sensación de seguridad que viven en USA.

Una película MUY BUENA.



Los Odiosos Ocho (The Hateful Eight, Quentin Tarantino, 2015)



Quentin Tarantino irrumpió en el mundo del cine hace 23 años, con Reservoir Dogs, un thriller seco, sin concesiones, pero que ponía de manifiesto a un cineasta que ha demostrado tener un estilo propio, donde destacaban el uso de la banda sonora, los diálogos y la violencia, y partiendo de la mezcolanza de referencias a géneros como los seriales y cómics pulp, la blaixplotaiton, el cine grindhouse o el cine de artes marciales como forma de estilo (aunque siempre dando un toque personal, nunca plagiando por plagiar... De ahí el mimo a todos y cada uno de sus personajes) y que ha ido evolucionando hacia algo completamente distinto, pero igual de vivo.

A partir de Inglourious Basterds (Malditos Bastardos, 2009), Tarantino ha ido tomando el camino del revisionismo histórico para ir apuntalando todas sus obsesiones, sobre todo las referentes a las integraciones sociales, y cómo han ido articulando lo que es hoy en día los Estados Unidos, y si bien Django Unchained (Django Desencadenado, 2012) fue un pasito hacia adelante, donde primaba a veces la diversión, con esta The Hatefutl Eight Tarantino ha creado una obra cumbre del cine americano, por intenciones, forma y fondo. ¿Su obra cumbre? En una carrera con obras míticas, como Pulp Fiction (1994), eso es algo subjetivo, aunque para mí sí que lo es.

Y llegamos a 2015 y Tarantino estrena The Hateful Eight, en medio de una gran expectación, pero lamentablemente, la cinta no ha calado hondo en un amplio sector de la crítica y del público, algo que da cierta pena puesto que para un servidor, estamos ante la mejor película americana del 2015.

La gestación de la cinta ya fue problemática, puesto que hubo una reescritua del guión y un anuncio de la cancelación de la preproducción puesto que se filtró el guión original en internet, pero tras unos meses y una reescritura, Tarantino anunció que sería su siguiente cinta, además rodada en 70mm, y que su intención era estrenarla en ese formato.

Tras muchos meses, y ciertos problemas de distribución de la cinta, puesto que la distribuidora americana no encontraba suficientes cienes que la proyectaran como Tarantino lo deseaba antes de su estreno masivo, que era en una versión (Roadshow, con Apertura, Intermedio y algunos minutos más de metraje) puesto que las copias en 70mm son muy caras y difíciles de proyectar, además de que los equipos de proyección son muy antiguos, y luego cierta polémica puesto que Disney forzó a varios cines a proyectar Star Wars. The Force Awakens (Star wars. El Despertar de la Fuerza, J. J. Abrams, 2015) durante, al menos, 4 semanas ininterrumpidas, dejando a The Hateful Eight sin varios cines.

Como bien digo, la semana de Navidad se estrenó la cinta en USA y Canadá y la reacción ha sido tibia, tildándola de innecesariamente larga, aburrida e incluso de un ejercicio de estilo vacío, algo en lo que estoy en completo desacuerdo a nada que analicemos la cinta. Como he comentado más arriba, esta cina supone el cenit de Tarantino como cineasta, es un compendio de todas sus virtudes y la máxima expresión de hacia dónde ha ido su carrera desde 2009 e Inglourious Basterds, cuando quizás se dio cuenta que su forma de afrontar las películas hasta ese momento estaba agotada y no daba más de sí, cuando revisionar géneros y hacerlos suyos se le quedaba pequeño.

The Hateful Eight nos cuenta la historia de cómo ocho personajes se quedan atrapados en una posta por culpa de una tormenta de nieve, y de cómo, poco a poco, las dudas acerca de la verdadera personalidad e intenciones de cada personaje hace que la tensión dentro de la cabaña vaya en un aumento progresivo hasta que estalla con toda su crudeza.

Un argumento sencillo, pero que sin embargo esconde la obra más compleja de Tarantino, que mezcla géneros desde el Euro Western, pasando por el whodunit a lo Agatha Christie, y que homenajea varias películas, como La Cosa (The Thing, John Carpenter, 1982), pero sobre todo es un estudio de las relaciones sociales y raciales que han convertido a Estados Unidos en lo que es hoy. Todo se cimienta en la mentira, pero en una mentira que es tomada por verdad absoluta, en el miedo de los negros hacia los blancos para justificar la violencia, en el un "buenrollismo" mal entendido por parte de los blancos para tolerar a la gente de raza negra.

Al respecto, hay que comentar el papel que juega la carta de Lincoln en la película, y que es el verdadero centro de toda esta tesis. La carta es falsa, pero hasta que no descubrimos (muy veladamente, pero lo sabemos al fin y al cabo) que es falsa, se toma como un dogma de fe que impone respeto a los personajes de raza blanca, y sirve de protección al personaje de raza negra. Cuando ya sabemos que la carta es falsa, y toda la trama se ha desarrollado, vemos que es el nexo de unión entre los dos bandos, teóricamente, irreconciliables, que aún sabiendo que no es verdadera, lo toman como si lo fuera, como un clavo ardiendo sobre el cual cimentar la sociedad estadounidense  contra un enemigo común, en este caso representado Daisy Lamerge, que es la representación del Mal, así, en plan puro. Aunque sea por la pura necesidad de la superviviencia.

Además, la cinta de Tarantino, ya hablando a nivel formal, juega con el formato ultrapanorámico que le ofrecen los 70mm, y nos regala algunas tomas de exteriores realmente preciosas y juega con ese formato dentro de la cabaña, un espacio cerrado, reducido y único, donde se demuestra la valía de Tarantino para la puesta en escena, colocando a los personajes en todo lo ancho que le permite el formato, y jugando con la imagen, como la secuencia en la que Daisy sigue a dos personajes y la cámara va enfocando a unos y a otros en función de las necesidades de la narración (y aquí, Robert Richardson, como Director de Fotografía, merece un aplauso).

Tarantino nos ha regalado una OBRA MAESTRA que requiere de varios visionados para apreciarla en toda su magnitud.

Totalmente IMPRESCINDIBLE.